
Aquellos que busquen una desteñida imitación de la realidad no encontrarán semejante cosa en Rubia, la adaptación cinematográfica de la novela de Joyce Carol Oates escrita y dirigida por Andrew Dominik. Morbosa, obscena y moralmente cuestionable incluso en sus rincones más sensacionalistas, adentrarse en las casi tres horas de esta biografía ficticia de Marilyn Monroe significa también aceptar ser la víctima colateral de una violencia casi intolerable. Sin pena ni culpa, el filme nos sumerge en la agonía y el sufrimiento que su hermosa sonrisa nos ha permitido ignorar durante décadas.
Rubia no es menos explotadora que otras películas o series biográficas sobre personalidades de la historia, pero si está más dispuesta a retratar con crudeza la podredumbre del mundo a su alrededor. Criada en la pobreza por su inestable madre Gladys (Julianne Nicholson) la pequeña Norma Jeane (Lily Fisher) es presentada con una fotografía de su supuesto padre – un poderoso hombre en la industria – en su séptimo cumpleaños, poco antes de ser dada en adopción cuando su madre es confinada a un asilo mental. Los años pasan y Norma Jeane personifica a Marilyn Monroe (Ana de Armas), una aspirante a actriz que lucha por descubrirse a sí misma y por mantener a su personalidad pública a raya.
Similar a la magistral cinta de Dominik The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford (2007), lentamente acompañamos al personaje protagónico hacia su destino fatal, no sin antes presenciar las atrocidades que lo preceden. Desde gráficos abortos hasta violaciones sexuales, Norma Jeane es desprovista de todo, desde su cuerpo hasta su identidad, hasta que ya no queda nada que ella pueda reconocer como suyo.

De Armas brinda toda la vulnerabilidad que su personaje necesita para sobrellevar el peso de la narrativa, en el que juega un rol casi completamente pasivo. Cuando Norma Jeane no está rodeada de las cámaras, es controlada, abusada y subestimada por los hombres que la rodean: los guapos Charles «Cass» Chaplin Jr. (Xavier Samuel) y Edward G. Robinson Jr. (Evan Williams), el ex-Atleta (Bobby Cannavale) y el Dramaturgo (Adrien Brody). Su agraciada presencia es magnética y es difícil dejarla atrás una vez que los créditos comienzan.
Los maestros de la música Nick Cave y Warren Ellis fueron los encargados de crear la sollozante y melancólica banda sonora de la película, cuyas imágenes surreales y de pesadilla del director de fotografía Chayse Irvin hacen eco al estilo de David Lynch. Norma Jeane bien podría ser la Laura Palmer de Dominik, pues Rubia guarda muchas semejanzas con la violencia de Twin Peaks: Fire Walk with Me (1992) y también con The Last Temptation of Christ (1988) de Martin Scorsese. Ambas películas representan los paisajes psíquicos y simbólicos de personas mortales que son consideradas míticas, y la crueldad que sufren a manos de quienes exigen una u otra versión de ellos.
Rubia no es la historia de Marilyn Monroe, es la historia de una mujer que lucha con la identidad de Marilyn Monroe. Mientras que algunos elementos – como el feto parlante y movimientos de cámara en mano – no terminan de encajar por completo con la exquisita estética visual del filme, estamos frente a una de las películas más atrevidas y provocativas de los últimos años. Es algo brutal visualizar la decadencia de una de las figuras más reconocidas y admiradas de la historia, pero la cruel verdad es que Rubia no nos enseña ni siquiera la mitad de las inhumanidades que la verdadera Monroe tuvo que soportar en vida. Su excepcional talento y su reconocida imagen ahora vivirán por siempre al lado de todas las tragedias que llevaron a su muerte. Y no podemos mirar hacia otro lado.
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